Pasa al interior y ponte cómodo

28.1.07

La mujer insomne




La mujer insomne urdió un plan para entrar en el primer lunes de diciembre con la sonrisa llena de juguetes. Corrió a la calle en camisón. Se lavó la cara en una fuente blanca. Se atusó el pelo con la raspa de una sardina y, mojándose los labios, pidió un deseo.

Luego se encaminó al mercado mirando de reojo a los taxistas y los delincuentes. Una vez dentro, el río de la muchedumbre la arrastró entre la prisa falsa del hombre de negocios, la sonrisa pícara del vigilante, la mirada tierna del carnicero que acunaba en sus brazos un lechón, el hipo del vendedor de cupones y el llanto azul marino del pescadero.
Nadie, en su sano juicio, se atrevió a alertar a la mujer insomne sobre la inconveniencia de pasear dormida en camisón.
Fue entonces cuando la vieja de las coliflores la llamó por su nombre al interior de su despacho de verduras. Le preparó en un santiamén un consomé de zanahorias y le contó que aquella noche había soñado con pesetas. Que guardaba en el mandil las pesadillas de todos sus nietos. Y que echaba en falta una canción de amor y un libro lleno de hojas secas.
La mujer insomne se abrazó a ella, le hizo unas trenzas con perejil fresco y le cantó al oído un cuento sin final. Luego, bailando en un idioma extraño se enredó entre la gente, como si nada. Envuelta en el olor de las pistolas de la bollería recorrió aquel hangar lleno de luces tiernas y salió a la calle.
La lluvia marcaba, como un perro, el territorio ajeno y en los semáforos piaban los pardales.
Al volver a casa pasó de nuevo por la fuente de agua blanca donde una paloma enferma picoteaba el brillo de los euros que la gente canjeaba por deseos. La mujer insomne le robó un coscurro al agua. Miró adentro y se llevó en su puño una moneda usada.


Ilustración: Arte maya
Publicado en el semanario "Avuelapluma" de Cáceres

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